Madame Milouda. Milouda no cree en los jinns sobrenaturales, aunque si pudiera pronunciar alguna palabra mágica revolvería en la shour (o magia) para renovar su obsesión por el amor; ese amor por los suyos que se oculta en sus frecuentes dolores de cabeza y que proclama a través de una de las pocas palabras que usa en francés: mon amour. Revolvería en los márgenes de la impotencia para con su fuerza buscar una salida a su hijo mayor, Abdelati perdido en las calles de la desorientación. Tomaría al asalto madrasas (escuelas) y baladias (ayuntamiento) para que su mundo de mujer arabe saliera a tomar las riendas no sólo del destino de su pequeno Hamada, con quien juega cada día y llena de calor, sino de la familia, del barrio y su ciudad que ya la embistió con un mobbing inmobiliario que la obligó a cambiar de deseos. Y es que su fuerza abriga de los vientos, aquellos que habitan Essaouira, para ser de sol a sol, amiga y bailarina; coqueta y traficante de sonrisas que comparte con mujeres en las horas solidarias de hamman o en bodas infinitas donde construye con hena y tintes otras horas de ilusión. Milouda levanta su mundo de mujer con mujeres, como Malika ou Latifa, amando a su primo Hassan con quien comparte su vida desde siempre, y tejiendo con colores, como Penélope, con los que crea zapatos de rafia o cenefas de bordados para los blancos haiks: el traje tradicional que tres jóvenes souiris pasean en reivindicación en citas, como el festival gnawa, cosmopolitas e internacionales.
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