sábado, 9 de enero de 2010

Ahmed, errante y sabio



Ahmed. Si las academias dejaran entrada a las teorías vividas, nombrarían a Ahmed académico en la letra “E”, por su forma de captar la ácidez y sinsabores de las calles de Essaouira. Discípulo de Emile Zolá, amante de Jacques Brel o Mahmud Guinea y seguidor de las teorías de Gandhi, Ahmed guarda la memoria de los días que se graban, a pedradas e a cuentagotas, en múltiples partes de su cuerpo; un pequeño cuerpo herido desde que nació aquel día del año que no existe: un 29 de febrero que lo convirtió para siempre en un alma errante y sabia. Alma de salteador de caminos, regatea asaltando lo inesperado que lo arrincona sin un dirham. Alma de poeta, exalta el amor por quien le devuelve los sueños. Custodio de la ciudad que vigila cada día desde las siete de la mañana, aborda las horas sobre un constante caminar, siempre apresurado, donde busca sin encontrar, cobrándose con la dureza del sarcasmo y la ironía, los avatares diarios de la injusticia y la desigualdad. Ahmed prepara la tagin de cordero o el té a lo saharaui que en el son meras paradas en su mundo de magia del que sale también para recordar como los dictados de la geopolítica occidental pueden predicar la libre circulación de personas, vetando a las gentes que arriesgan sus vidas en chalupas. Ahmed, apasionado y firme e de sonrisa pícara, habla de los asientos de primera y segunda clase de las falukah, reservados estos últimos para subsaharianos, que para todo –insiste- hay clases.  Vuelve Ahmed a levantarse a las siete después de la noche mágica para conquistar la felicidad que, según la tradición, se debe buscar cada día antes del despertar de los pájaros. 

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